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*ENAK (O De cómo Encontrar Esa Sonrisa Especial En Bali)

domingo, febrero 2, 2014 3 Comments 28 Likes
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*ENAK
(O De cómo Encontrar Esa Sonrisa Especial En Bali)

Como extranjero (bule) recién llegado a Bali, notarás algo de inmediato bastante llamativo: sonrisas. Montones de sonrisas. Todo tipo de sonrisas: sonrisas de bienvenida, sonrisas tradicionales, sonrisas felices, sonrisas rutinarias, sonrisas que se ríen de ti, y por qué no habría de sonreír sonrisas.


A los balineses les gusta y están acostumbrados a sonreír. Uno se animaría a decir que son las personas más sonrientes del mundo. Sonríen al disculparse, y sonríen cuando te odian. Han (creo) dominado el arte de sonreír. No siendo así el caso con el típico bule. De hecho, para nada. Habrá algún que otro bule que sonría un montón. Hasta pasa de toparse con el bule que no para de sonreír. A no equivocarse, él o ella es una rareza en el mundo bule que confirma la regla general.

Por lo general, los bules son amables en la tradición bule donde la amabilidad requiere una sonrisa. Con todo, e a instancias de este hecho, las sonrisas amables son relegadas al nivel de un mero accesorio superficial vacuo de un significado más profundo de interacción humana. La verdadera sonrisa bule, la que sale de dentro, es un fenómeno individual consecuencia de un input externo (alguien o algo nos hace reír), o que brota desde dentro de uno mismo (un recuerdo que desencadena pensamientos felices, o un estado mental de felicidad o de bienestar general). A los bules, así como a los balineses, también les gusta sonreír, pero solo cuando tienen ganas y, por ende, las sonrisas forzadas tienden a disgustarles. Puede que el bule intente sonreír para hipócritamente y sin éxito esconder su enojo y molestia. La persona que recibe la sonrisa notará ambos detrás de esta: el enojo y la hipocresía. Inevitablemente, el bule sabrá que sus esfuerzos por no mostrar sus sentimientos fueron en vano y que su charada fue puesta al descubierto. No así con los balineses. Los balineses sienten enojo y molestia así como los bules. Al fin de cuentas, somos todos humanos y, como tales, diferentes pero iguales. Su sonrisa sin embargo, aunque estén (los Balineses, digo), molestos en ese preciso momento, sus sonrisas no estarán teñidas con hipocresía, ya que una sonrisa hipócrita significaría una sonrisa falsa.

Una sonrisa tal que no sea de corazón hará que los músculos del rostro del bule tiemblen de esfuerzo, no importa cuán corta sea. Una sonrisa tal, subyuga el espíritu del bule, ya que el bule gusta de expresar lo que piensa. Mostrarse al mundo tal y cómo es es su privilegio y obligación. El mundo (así lo ve) necesita saber lo que piensa. No ser su ser verdadero es traicionarse a sí mismo. Una traición a la raza humana tal y cómo él la ve. De ahí que al bule le desagraden en extremo las sonrisas hipócritas y se deteste a sí mismo cuando tiene que recurrir a una, lo que lo llevará a detestar aún más a la persona a la cual fue dirigida.

La sonrisa balinesa (en todo momento) está lejos de ser falsa. Es sincera sin ningún rastro de hipocresía, ya que la sonrisa balinesa es desprovista de sentimiento si bien de un gran significado. Los balineses se comunican a través de sus sonrisas. La sonrisa balinesa es regla de juego de interacción que va más allá de la fachada de la amable sonrisa bule. Abre la puerta a una filosofía de vida y de interacción humana: no a la confrontación. Si del bule que se precie de su humanidad se espera que exprese lo que piensa sin importar las consecuencias, de un balinés que se precie de su humanidad se espera que evite confrontarse sin importar la causa. El bule resiente sonreír hipócritamente porque eso le arranca su derecho y obligación de decir lo que piensa y decirlo sin recatos. Va contra su naturaleza. Lo hace sufrir. El balinés resiente confrontarse porque le arranca su derecho y obligación de llevar una vida pacífica y tolerante junto a su prójimo. Va en contra su naturaleza. El bule mostrará su enojo y gritará y pateará y hasta maldecirá y asaltará a l otro si en ello le va revelarse tal y cómo de verdad es. El balinés mentirá e inventará y fingirá si en ello le va revelarse tal y de verdad es.

Así que uno no tendrá escasez de sonrisas en Bali y como te vas dando rápidamente cuenta, si estás buscando sonrisas, aquí en Bali, estás de fiesta.

Con todo, de todas estas sonrisas que encontrarás por doquier puede surgir un problema. ¿Con cuál te quedás de recuerdo? Así es, todas esas sonrisas se mezclarán en una imagen borrosa que te aparecerá en la mente cuando en años venideros estés de regreso en tu país bule disfrutando de un momento contigo mismo, luego de una pasable sesión de surf de agua fría junto a un café en una tardecita tranquila rodeado de pastizales y comenzando a rememorar Bali y su gente.

Como te digo, en Bali todos te sonreirán; niños y madres a grupas en las motos, pibes en los Bali bale hangueando y holgazaneando, conductores de camiones fumando cigarrillos perfumados con clavo de olor mirándote de arriba mientras ellos y vos en tu moto esperan la luz verde, cuidadores de estacionamientos luego de voltearte la moto sin querer al intentar hacer más espacio para la van todoterreno, conductor de la van todoterreno, vendedores ambulantes, empleado de tienda luego de una hora de regateo y al final no compraste nada. Sonrisas por montones en Bali y por doquier como te vas rápidamente dando cuenta. Con todo, tal vez no tengas una sonrisa balinesa especial para llevarte a casa a ese momento de café luego de la sesión de surf. Necesitarás encontrar una para entronar y atesorar, una que sea la sonrisa especial; la sonrisa a no ser enviada a las profundidades y vaguedades de nuestra memoria, sino a ser guardada siempre a mano para recurrir cuando la vida se pone dura.

Querrás, de hecho, poseer esa sonrisa especial.

Así es cómo la encontrarás:

Agarrá la moto que alquilaste equipada con surf racks y andá a surfear. No te olvides de la tabla. Al fin de cuentas y más que nada, para eso viniste a Bali. Pero andá a explorar primero. Perdete en la costa sur del Bukit esperando encontrar un break que no solo estará abriendo perfectamente sino que también estará vacío, o de ser necesario, con uno o dos más. Olvidate del crowd increíble en las olas increíbles de la costa oeste. Olvidate de la costa este. También está crowdeada. Nuevamente, andá a explorar. Salite de la calle principal pavimentada llena de camiones cargados de piedra caliza y motos a todo dar y metete en calles pavimentadas más pequeñas. Desde ya sentirás la diferencia. El increíble tráfico (esa realidad chocante de Bali para la cual no estabas preparado) quedará de lado y olvidado. Te sorprenderás. Sentirás como si hubieras saltado de un escenario a otro con muy poco en común uno con el otro. La vida es así de loca a veces. Disminuí la velocidad. El ritmo de vida aquí baja de revoluciones inmediatamente. Dejate llevar. Habrá algunas casas esparcidas por aquí y allá. Seguí la calle de subidas y bajadas que serpentea hacia ninguna parte. El paisaje seguirá cambiando. Las casas esparcidas ya no estarán más; el verde de los árboles y el pasto (que sí, cubren la mayoría del Bukit) se adueñarán de los alrededores. Tal vez aún te cruces con una moto o dos, o algún coche ocasional. No les hagas caso. Buscate otro lugar donde doblar. Preferentemente hacia una calle más angosta (aún puede ser pavimentada). Cuanto más parece que te aleja de donde venías, mejor. Ahora, disminuí la velocidad de nuevo. MIrá a tu alrededor e intentá olvidar (por difícil que te suene) las olas que estás buscando. Las copas de los árboles a ambos lados de la calle de pronto se enredarán formando un túnel verde que te envolverá como si tragándote a medida que te adentrás en tu moto cada vez más y más, abrumándote con un sentimiento de gozo. El gozo de explorar Bali. Por unos minutos, disfrutá del frescor de la sombra que te cubre del sol (brutal) del mediodía. Luego de un rato manejando a través del túnel buscá otro lugar donde doblar. Esta vez hacia una calle de ripio. No importa que parezca que no va hacia la costa. De hecho, subirá hacia las colinas. Estás buscando olas sin crowd, pero acordate, también estás explorando y en búsqueda de esa sonrisa especial para llevarte contigo de regreso a casa. La calle de ripio continuará subiendo un poco más. Verás algunas viejas ancianas y flacas de torso desnudo vistiendo pareos balineses tradicionales alrededor de la cintura y caminando descalzas cargando con pilas de ramas sobre la cabeza. No encontrarás en ellas tu sonrisa especial. De hecho, no encontrarás ninguna sonrisa en ellas. Ni siquiera te mirarán. O sea, no creerás realmente que todo el mundo, todo el tiempo, sonríe en Bali.

Seguí. Los túneles de copas de árboles quedarán detrás y de pronto te encontrarás en un sendero de moto angosto que apenas podrás distinguir y con el sol pegándote nuevamente en la cabeza. Poné primera y subí por el sendero. Zigzagueando y esquivando cascotes, rocas escarpadas y salientes de pequeños promontorios y siempre subiendo y subiendo, llegarás a la cima. Pará. Mirá a tu alrededor. Verás un par de vacas pastando en praderas como las que no habías visto aún en Bali. Mirá hacia arriba y verás el cielo azul (no mires fijo al Sol. En Bali tampoco es bueno). Por unos minutos olvidarás de hecho las olas. No muy lejos, algo te llamará la atención. Verás una balinesa delgada, vestida y cubriéndose del sol con una camisa de manga larga desgastada, pantalones largos y un sombrero con forma de cono, sujetando un palo con una pequeña red en forma de taza en la punta, y balanceándolo a diestra y siniestra sobre algunos de los arbustos que delinean las praderas, como si intentando atrapar algo. Ella no notará tu presencia. Al principio, pensarás que tal vez esté cazando mariposas como te tocó ver hacer a los niños en los parques en aquellos días calurosos y húmedos del verano de Tokio. Esta chica con aires de campesina no te parecerá para nada como si fuera el tipo que se enfrasque en tales actividades placenteras y dizque tan no prácticas. Esto despertará tu curiosidad por lo que te le acercarás para intentar dilucidar de qué va la cosa. Además, intentarás practicar un poco del básico Indonesio que intentaste aprender leyendo esa guía de surf en el largo y demoledor viaje a Bali.

Ella entonces percibirá tu presencia, y sin asombrarse al ver un bule perdido y lejos de sus lares (como a sabiendas que la vida es así de loca a veces), se dará vuelta y te mirará. Te parecerá una chica de unos veinticinco años no particularmente muy bonita. Sus gestos te harán saber que te da la bienvenida y está abierta a conversar. Intentarás hacerle saber tu interés por lo que está haciendo. Obviamente, no entenderás ni palabra. Señalarás entonces la jarra que sostiene en su mano izquierda. Ella te la pasará amablemente y mientras la sujetás junto al pecho con tu mano derecha, mirarás dentro para examinarla mejor. En la jarra, habrá unos diez saltamontes, los del fondo ya muertos y volviéndose amarillos y los de encima aún verdes y moviéndose un poco. Te extrañarás y la mirarás con cara de no entender. Ella te mirará y te responderá con la sonrisa de ojos brillantes más grande que jamás hayas visto y jamás verás en Bali. La sonrisa que estabas buscando.
Y entonces agregará: “Enak!”*

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